Por: Manuel Covarrubias
Foto: Gaceta UNAM
El veinte de noviembre se cumplen 112 años del estallido de la Revolución Mexicana, o como
algunos se esfuerzan por rebautizar: la tercera transformación de la vida política mexicana.
Aniversario en el que, antes que celebrar, conviene realizar un examen de consciencia en
relación a nuestro presente y nuestro pasado.
El gobierno actual (y los anteriores) se empeñan en hacer de la Revolución un mito, una edad de
oro con la que conviene reconciliarse. La Revolución fue un sueño doble: la consumación de
décadas de esfuerzo de la elites liberales e ilustradas de crear una nación moderna y, por otro
lado, la consumación de décadas de luchas populares en un unísono grito contra la desigualdad,
la injusticia y el miedo. ¿Qué es la 4T sino el retorno a la edad idílica de la Revolución?
La Historia cómo Mito, solamente le sirve a las elites. El mito de la Revolución contrasta con
nuestra realidad: violencia, muertes, desapariciones, injusticia, desigualdad y miedo. Sin
embargo, nos cuentan que esto, en realidad, es consecuencia de romper con las virtudes
revolucionarias, que basta con reconciliarnos con lo que fuimos para solucionarlo. Los mitos, ya
lo decía Malraux, “no acude a la complicidad de la Razón, sino a la de nuestros instintos”. El mito
crea prejuicios, crea un pensamiento conceptualizado y, por lo mismo, automático.
El mexicano no es un ser histórico: siempre ha preferido el mito. El caudillo o la divinidad sobre
el azar y la rebeldía. El mito es incuestionable, es Origen pero también es Destino y, por lo
mismo, resignación. El saberse sujeto histórico implica consciencia de si mismo, de nuestra
libertad creadora y de nuestra responsabilidad hacia el presente. Si como sostienen, el
neoliberalismo o la matanza del 68 nos alejó de la edad de oro, la solución no puede ser
aferrarnos al pasado, y, con nostalgia, gobernar y legislar. “La Historia es nosotros, los hombres.
Divinizar la Historia es divinizarnos a nosotros mismos, criaturas mortales y falibles. La Historia
es imperfección, fracaso y crimen por ser obra de seres imperfectos: nosotros mismos”, eso decía
Octavio Paz, hijo pródigo de la Revolución.
Algunos autores de la Revolución como Rulfo o Azuela, retrataron, desde sus respectivas
trincheras, el desencanto, la violencia, el olvido, la injusticia de la Revolución. Transgrediendo el
mito, entonces aún insípido, que el PRI se esforzó durante décadas por edificar. Para Levi-Strauss
la mitología tiene como finalidad: “asegurar con un alto grado de certeza que el futuro
permanezca fiel al pasado y al presente”. ¿Conviene entonces ser fieles a tal pasado?, El
presente, ¿No es mejor tenerlo en nuestras propias manos?.